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Desde hace tiempo venimos mostrando preocupación por cómo afecta el
debate surgido en torno al feminismo en el activismo social que ha
crecido con las movilizaciones populares derivadas de la
profundización de la crisis capitalista. Pero, evidentemente, lo que
más nos preocupa es cómo todo esto influye particularmente en el
desarrollo de la línea revolucionaria de intervención. Un
desarrollo, este, que no sólo se mide por la construcción y el
fortalecimiento de las organizaciones propiamente revolucionarias,
sino por la extensión de la influencia política al servicio de la
mejora de la correlación de fuerzas dentro de una estrategia de
superación del capitalismo, con la problemática de la conquista del
poder como elemento central y la unidad combativa de clase como
bandera mayor. Es, en definitiva, en base a esto último –teniendo
en cuenta qué es lo que la favorece o perjudica– como valoramos,
más allá de intenciones, cuestiones como la del feminismo, tanto en
su dimensión teórica como en lo que se refiere a su interpretación
o traducción práctica, es decir, en cómo se nos presenta
realmente. Lo hacemos, desde luego, y por tanto, sin pretender meter
en un mismo saco a todas las personas que se reconocen bajo la
etiqueta de “feminista”. Y, sobre todo, sin prejuzgar la
importancia político-práctica de las iniciativas militantes a
partir simplemente de cómo estas iniciativas se etiqueten a sí
mismas o se reconozcan teóricamente; en definitiva, siendo fieles a
la recomendación de Marx de separar el discurso del curso
práctico, cuando hacía suya la divisa de Goethe: “gris siempre la
teoría, verde el árbol de la vida”.
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Es evidente que estamos ante un asunto, el del feminismo, en el que
se manifiestan posiciones diferenciadas no solo dentro de la
izquierda, sino incluso en el interior de los distintos marcos
organizativos, por más que estemos de acuerdo con una buena parte de
las tareas tendentes a la visibilización de las condiciones de las
mujeres trabajadoras. Es por ello que nos parece necesario adelantar
una serie de puntos de un trabajo más extenso y profundo que
abordaremos de forma colectiva y en diversos apartados.
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Se impone dejar claro de antemano que aunque trataremos el aspecto
teórico, no estamos ante un simple problema de “rigorismo”, ni
de debate nominalista en torno a lo que puedan significar o dejar de
significar a nivel teórico palabras como “feminismo”. La
prioridad es tratar el hecho de que esta cuestión tiene
consecuencias práctico-políticas en nuestro trabajo militante.
Máxime en momentos históricos de crisis sistémicas que, si no se
transforman en crisis revolucionarias, es en gran medida por límites
propios. Momentos en que es de vital importancia tener en cuenta la
jerarquización y el tratamiento de las diferentes contradicciones
para saber aprovechar las “ventanas de oportunidad” que se abren
para cuestionar de forma radical el poder de las clases dominantes.
Esto implica saber cerrar las ventanas de confusión que obstaculizan
nuestro objetivo mayor de contribuir a que el proletariado se
constituya en clase, para lo que hay que tomar distancia de las
influencias de “sectores intermedios” a quienes la profunda y
extensa crisis les ha hecho entrar en movilización o han visto en
esta un campo para sus devaneos politiqueros. Y a los que a menudo
les escriben la agenda de prioridades los medios de intoxicación
masiva revestidos de “progresismo”.
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Por lo demás, se impone también dejar por sentado de partida que,
tal como demuestra la práctica histórica y presente, la garantía
para llevar a cabo el obligado trabajo militante en pro de los
derechos de la mujer trabajadora –incluido en el seno de nuestra
clase– no viene por el grado de adscripción que se tenga al
feminismo en ninguna de sus variedades. De la misma manera que hemos
demostrado que la mejor manera de defender los derechos nacionales no
se hace porque abracemos el nacionalismo. Y lo decimos con la
legitimidad que nos da ser firmes e incondicionales defensores del
derecho de autodeterminación nacional, y por haber defendido sin
ambages –contra todo “etapismo”– que la lucha por la
superación de la opresión contra la mujer trabajadora se comienza a
librar desde ya, y no “tras la revolución” como se viene
sosteniendo desde otras organizaciones.
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En el plano teórico, creemos que hay una labor importante de
contrarrestar ese eclecticismo que pretende completar al marxismo con
el feminismo y otros ismos, reduciendo además aquel, el marxismo, a
una mera metodología que sirve para superar el sistema capitalista
pero ineficaz para las contradicciones de sexo-género, problema que
una teoría antipatriarcal vendría “de fuera” a solventar.
Creemos que no se comprende bien en qué consiste la propia teoría
de la liberación del proletariado. Curiosamente, esta tendencia a
completar al marxismo sumándole “ismos externos” ocurre cuando
estamos poniendo incluso en duda, desde un punto de vista
estrictamente teórico, el guionismo interno
(marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento principal, etc.).
- En este apartado de la teoría habrá que rescatar lo que desde el marxismo se ha dicho (y se ha combatido) ya por “los clásicos” acerca del trabajo en pro de los derechos de la mujer trabajadora y de su liberación –en tanto que víctima de una doble opresión– dentro de su constitución en clase junto con el resto del proletariado; lo que es premisa, no ya para su liberación en tanto que mujer obrera, sino incluso para la liberación completa del proletariado. Nuestra teoría marxista siempre ha considerado que la lucha contra la propiedad privada para acabar con la explotación capitalista no pude pararse ante la concepción inculcada en el propio obrero que considera a su mujer como propiedad suya. Y ha establecido que es clave la destrucción del capitalismo para realmente seguir avanzando a pasos (reales) de gigante en la igualdad de la mujer por más que, efectivamente, haya contradicciones que no se superen por la emisión de medidas administrativas que igualen política y jurídicamente a la mujer y al hombre dentro de nuestra misma clase. Traeremos a colación, entre otros, textos como “Las tareas del movimiento obrero femenino en la República Soviética” o “El día internacional de las obreras” (8 de marzo 1921).
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Como hemos venido sosteniendo, no debemos embarrarnos en una
discusión nominalista en cuanto a la caracterización de las
diferentes contradicciones (que si principal, fundamental, inmediata,
etc.). El marxismo no necesita ningún otro ismo más para entrar en
la caracterización
histórico-temporal de las contradicciones de clase y de género así
como en los diferentes planos y ritmos de su tratamiento; lo hace,
además, de manera más rigurosa y útil que cualquier otra
ideología. Insistimos en que, en
realidad, esto estaba ya establecido desde los mismos fundamentos de
nuestra teoría; lo que posibilitó que en la República Soviética
la situación de la mujer avanzara tanto en tan poco tiempo al mismo
tiempo que sus líderes desenmascaraban cuánto de hipocresía había
en los avances dentro del sistema capitalista en materia de igualdad
de mujer y hombre. ¡Cómo la reacción burguesa ha avanzado en esta
hipocresía aprovechando la propia crisis histórica de nuestro
movimiento!
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Nos parece fundamental seguir esta tesis tal como está expresada
aquí: “Hay
que establecer una línea divisoria muy clara entre el
movimiento feminista y el marxismo. Nosotras no hablamos de la
mujer en general como un grupo social homogéneo con reivindicaciones
e intereses comunes por encima de la clase a la que pertenecemos. La
lucha de la mujer burguesa por colocarse en igualdad de condiciones
respecto a los hombres de su clase es por completo ajena a la lucha
de la mujer proletaria. Entre otras cosas, porque nuestra lucha
debe ir encaminada a la destrucción de la opresión y explotación
burguesas y a la destrucción de la burguesía (masculina y femenina)
como clase.”
[Extraído de
http://sinmujeresnohayrevolucion.blogspot.com.es/2015/09/apuntes-para-el-debate-sobre-la.html
]
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En lo que concierne a la línea política, consideramos que hoy día
bajo la bandera del feminismo se realiza muy a menudo una labor de
desviacionismo ante las tareas de máxima unidad de clase; no sólo
de cara a liderar el movimiento de lucha acrecentado con “los
recortes”, sino a la hora de señalar como tarea central la
conquista del poder en la estrategia socialista.
- Hemos hablado de oportunismo feminista y de desviacionismo porque, cuando se ha producido un aumento de las movilizaciones anticrisis donde nuestra intervención perseguía aumentar el protagonismo en aquellas de la clase obrera, defender la estrategia socialista y acumular fuerzas tendentes a la conquista del poder, el feminismo ha irrumpido con su urgencia por hacer un discurso propio, aparte, haciendo de la cuestión de género una cuestión clave ahora, en contra del objetivo –teorizado, por cierto, por Clara Zetkin– de unidad de la mujer trabajadora con su compañero de clase, entre otras cosas, para poner juntos sobre el tapete las ultraprecarias condiciones socio-laborales que, efectivamente, afectan sobremanera a ella.
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En el dramático asunto de la violencia machista, desde luego, no
vamos a ponernos en contra de la utilización de los (más que
limitados e ineficientes) mecanismos administrativos (incluidos los
represivos) ante casos concretos cuya alternativa sería el desamparo
absoluto. Pero la práctica demuestra que, incluso antes de la
conquista del poder, es clave ya combatir esa violencia –que
ciertamente se da dentro de nuestra misma clase– desde la
autoorganización del poder popular en barrios obreros y donde la
mujer trabajadora ha de ocupar un papel de dirección central. ¿Quién
ha dicho que la autodefensa proletaria no incluye el “poner orden”
dentro de las propias filas y luchar al interior de nuestra clase
contra la penetración entre los obreros de la ideología dominante
que convierte, tal como ya hemos dicho antes, a “sus” mujeres en
propiedad privada? ¿Acaso ese obligado de autodefensa obrera va en
contra del trabajo supremo por la unidad de la clase?
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En lo que respecta al ámbito militante, el oportunismo feminista al
que nos referimos está claramente detrás de la creación de
conflictos y luchas internas forzados y contraproducentes. De hecho,
incluso llega a dificultar la incorporación de las mujeres en los
partidos y organizaciones comunistas y, en general, en las
organizaciones obreras. Se está promoviendo una suerte de
“inquisición” enfocada al interior de nuestra clase por la cual
las organizaciones obreras se ven obligadas a superar su “examen de
género”. Esto implica no entender el distinto tratamiento que han
de tener las contradicciones en el seno del pueblo, por un lado, y
las contradicciones entre el pueblo y su enemigo de clase burgués,
por el otro. Y esto es natural, puesto que, al solaparse y ponerse en
un mismo plano las diferentes contradicciones, no se tiene en cuenta
el diferente tratamiento que han de tener en el mismo ámbito
militante. Se pondrán ejemplos concretos con especial relevancia en
el ámbito sindical.
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Las organizaciones para el combate revolucionario son las que en la
práctica más hacen por la igualdad real entre hombre y mujer más
allá de postureos. En todo caso, la asunción de responsabilidades
políticas en su seno solo ha de seguir el criterio de la
“meritocracia” (entendido el mérito no solo por la claridad
teórico-política con respecto a la línea, sino por la entrega a la
causa comunista), no forzándose cuotas salvo en ámbitos y momentos
que deben ser estudiados muy concretamente.
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Una atención particular hay que dar al asunto del lenguaje
inclusivo. Aparte de los errores teóricos que encierra con respecto
a la comprensión de la formación histórica del lenguaje y de cómo
realmente evoluciona (criterios, mecanismos y ritmos), aparte de
esto, estamos ante algo que tiene que ver con la seriedad que debe
dar una organización que pretende liderar a una gran masa de
explotados y oprimidos “sin partido”, por retomar las directrices
de Lenin. Ciertas prácticas hoy muy de moda (como hablar en
femenino) solo pueden causar perplejidad (cuando no rechazo) y
hacernos parecer “raros” e incomprensibles a ojos de la gente
trabajadora de cara a la que hemos de militar en nuestro día a día
(a menos que en realidad lo hagamos solo de cara a nosotros mismos, o
de cara a la “progresía” y los sectores intermedios que
actualmente hegemonizan los movimientos sociales). Y
es
que el grueso de las mujeres trabajadoras se ven reconocidas en el
uso de la “o” en expresiones como, por ejemplo, “los
afectados”; “o”
que, aun siendo marca de masculino, en nuestra lengua hace también
las veces de marca genérica; y que estas hablantes entienden como
marca, ahora sí, inclusiva. El caso es que, sea o no deseable
que esto sea así, la realidad es que el lenguaje es un legado de
cientos de generaciones cuya evolución no depende de una
intervención voluntarista
que, para colmo, tal y como está planteada ni siquiera lo haría
mejorar, sino que lo empobrecería. Hay que hablar de las “x” y
las @, que ni siquiera los que las escriben saben cómo deben ser
leídas. Pero también de la tendencia al desdoble constante (“los
y las trabajadores y trabajadoras afectados y afectadas”, etc.),
que pervierten el lenguaje y rompen una de sus máximas intrínsecas,
la economía, además de conseguir que nuestros textos sean
ilegibles. Pondremos ejemplos de cómo esta tendencia ha contagiado
incluso al movimiento revolucionario, con resultados nefastos.
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Ciertamente la organización debe promover actividades militantes al
servicio de la visibilización de las condiciones y aspiraciones de
los sectores más explotados y oprimidos dentro de nuestra clase; sin
duda, las mujeres y los inmigrantes. Una especial dedicación ha de
tener la mujer inmigrante. Esa dedicación parte de que han de ser
miembros de esos sectores los que tomen la dirección de la lucha por
ir superando sus condiciones de vida. Desde luego, que aquí hay
amplio campo de trabajo en común para las diferentes organizaciones
independientemente de las diferencias con respecto al feminismo.
Grupo
de Trabajo “El Flamenco Rojo”
Desde
Sevilla y Cádiz, 17 de noviembre de 2016
Si como decían Marx y Engels: “el comunismo es el movimiento de superación del estado real de las cosas”. No podemos/debemos obviar que en el estado real de las cosas, el patriarcado, en sus formas históricas, ha sido factor constitutivo del capitalismo y elemento fundamnetal de la acumulación originaria y hoy dia sigue jugando (en su forma histórica) el mismo papel. Tan real como antes.
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