Manuel Navarrete
MEFISTÓFELES:
–Otras veces los hubieras ahuyentado a fuerza de maldiciones; pero
ahora eso parece interesarte, pues allí donde se busca a la amada,
hasta los monstruos son bien acogidos.
Al calor de la crisis
económica, en esta última década hemos estado inmersos en un
vertiginoso periodo de movilizaciones sociales, cuyo punto culmen fue
el 22- M. Posteriormente esta ola fue aprovechada — y a la vez
rebajada en cuanto a sus aspiraciones— por una nueva opción
electoral que, naturalmente, resultaba más “presentable” ante
diversos sectores socio-profesionales de nuestra población.
Actualmente, vivimos un
cambio de ciclo, producto de un agotamiento de la agitación popular
que se torna casi inevitable (máxime teniendo en cuenta la
inexistencia de un alternativa revolucionaria con posibilidades
reales de disputar el poder). Y, sin embargo, pocos son hoy los que
se atreven a negar que la crisis, lejos de estar superándose, tiene
visos de volver redoblada en los próximos años.
Por ello, hoy se nos
impone reflexionar sobre algunas necesidades de nuestra actividad
militante en cuanto a línea política, con el objetivo de afrontar
con garantías un próximo ciclo de movilizaciones contra la
austeridad que, tarde o temprano, ha de llegar.
Lo primero que llama la
atención en la actual coyuntura política es la enorme distancia que
separa las cada vez más acuciantes necesidades y reivindicaciones
populares, por un lado, de las posibilidades reales de satisfacerlas
por parte de un gobierno nacional subsumido, como el español, por
estructuras supranacionales que encorsetan su margen de maniobra,
hasta el punto de anularlo en todo lo que afecta a los nodos de la
política económica.
Como ejemplo, Podemos ni
siquiera ha propuesto romper con las exigencias de Bruselas en cuanto
a déficit público sino, en realidad, un plazo un poco más amplio y
un ritmo ligeramente más paulatino para la aplicación de dicho
ajuste. Una realidad que, si se piensa, relativiza un tanto la
euforia provocada por esa “política de gestos” que tan bien pone
en juego la formación morada.
Hace dos años, en enero
de 2015, tuvimos ocasión de debatir en diversas ocasiones sobre las
posibilidades que el gobierno griego de Syriza tenía de hacer pagar
la crisis a quienes la crearon. En pocas palabras, nosotros
argumentábamos que si Tsipras se negaba a romper con la UE y a tejer
nuevas relaciones comerciales con países como los BRICS, no podría
cumplir ni una sola de sus promesas electorales. En todas las
ocasiones, sin excepción, fuimos tildados de “sectarios”,
“dogmáticos”, “catastrofistas” y otras palabras-comodín
similares.
Ahora, cuando el gobierno
griego privatiza y vende al imperialismo alemán hasta los
aeropuertos, no nos interesa tanto subrayar que lo sucedido era en
realidad previsible, como algo mucho más urgente: evitar que el
enemigo de clase nos robe la memoria de forma que tropecemos una y
otra vez con la misma piedra, hasta la derrota final.
Digámosle la verdad a
nuestro pueblo de una vez. Se la debemos. La UE es un marco de
acumulación creado por el imperialismo alemán en su pretensión de
competir con el dólar. Y su periferia es el equivalente a lo que el
“patio trasero” latinoamericano supone para el imperialismo
yanqui. Hoy, el capitalismo en crisis no puede permitirse grandes
concesiones. Así, en el marco de la UE, donde los gobiernos
nacionales delegan toda su soberanía, la llamada “austeridad” es
la única política posible. Y, en consecuencia, una fuerza que no
abogue por la ruptura con el euro no puede ser calificada ni siquiera
de reformista, si somos rigurosos. Pues nunca debemos definir a una
fuerza por cómo hable de sí misma en su programa, sino en función
de los pasos reales que dé para llevarlo a la práctica.
El Brexit —protagonizado
no por fantasmagóricas fuerzas reaccionarias, sino por la clase
obrera británica— muestra que los pueblos van a intuir la realidad
europea mucho antes que las autodenominadas “fuerzas del cambio”.
Lo único, por tanto, que está hoy en cuestión en Europa es quién
rentabilizará políticamente el inevitable proceso de disolución de
la eurozona. Si la izquierda no toma esa bandera, otro lo hará,
ganando con ello los favores del pueblo. Si las “Tesis de abril”
de Lenin se reescribieran hoy, la salida de la UE sería el
equivalente a lo que en aquel entonces fue la salida de la I Guerra
Mundial. Justo por ello, cuando se habla de la UE todo se vuelven
excusas. Y justo por ello, como decimos en el título, proponemos
poner en el centro del debate la ruptura con el colonialismo alemán,
defender esto —por minoritario que sea— en cada uno de los
movimientos populares en los que participemos.
Conocemos las montañas
de propaganda tras las que se parapeta la Unión Europea. Lo que no
sabemos, en cambio, es cuál es la ventaja de someternos a las
campañas de marketing del poder dominante. Si la idea es
antiintuitiva pero necesaria, razón de más para pensar que ya vamos
tarde en la tarea de hacer propaganda. Últimamente, Pablo Iglesias
ha declarado en diversas ocasiones que “los medios de comunicación
son las reglas del juego”. Poco aprendió de su admirado Juan
Andrade, quien analizó la transformación experimentada por el PCE
en la “transición democrática” por dejarse acorralar por los
“castigos y premios”, cada vez más exigentes, de dichos medios.
Está predominando entre
nosotros una concepción cortoplacista de la política, que nos lleva
a encerrarnos en mitad del incendio. Pero por poco rentable que
parezca en este “Sísifo” electoral que nos avasalla, es
sencillamente imperativo trabajar en el largo plazo para extender
entre nuestro pueblo la conciencia de que en el seno de la UE y el
euro, cualquier “gobierno del cambio” —por buenas que sean sus
intenciones y por rompedores que sean sus “gestos”— está
condenado a repetir la “tragedia griega”. Con o sin chupa de
cuero de Varoufakis.
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